jueves, 21 de noviembre de 2013

El Imperio Persa


LOS PERSAS 

Historia 

En menos de 70 años, desde el año 560 AC, los reyes aqueménidas de 
Persia unificaron todas las naciones dispersas del antiguo Oriente en un solo 
ente político. Esta zona de más de 4.000 km de amplitud (áreas 
sombreadas) abarca los altos montes de Elburz y Zagros, el fértil valle 
situado entre los ríos Tigris y Eufrates y las colinas ricas en metales de Asia 
Menor. 

La hegemonía aqueménida llegó a su cumbre después del año 55 AC, bajo 
Darío I. El núcleo del Imperio fue formado por los primeros aqueménidas, 
los cuales, desde una base situada en la región denominada Persia, se 
extendieron hacia antiguos reinos tales como Media y Asiria. Ciro el Grande 
creó su verdadera estructura imperial, y extendió su control hacia todas las 
tierras entre Bactriana y Frigia. Su sucesor, Cambises II, absorbió Egipto, y 
después Darío empujó el dominio persa hacia sus límites. Al culminar su 
reinado se completo la Carretera Real, de 2.560 km de longitud, la cual 
comunicaba el centro imperial de Susa con Sardes, en Lidia, así como el 
canal que unía el Mediterráneo con el Mar Rojo. Herodoto, cronista griego, 
menciona 28 regiones que figuran en la historia de Persia; 20 de ellas 
fueron satrapías o estados sometidos. Se han identificado también 23 
ciudades y sitios arqueológicos dentro del dominio aqueménida. 

RESEÑA HISTÓRICA 

A partir del año 559 antes de nuestra era, los persas necesitaron solamente 
unos treinta años para salir de la oscuridad y crear el primer imperio del 
mundo. Durante ese tiempo -menos de una generación- los restantes 
pueblos, de Grecia a Etiopía, de Libia a la India, llegaron a considerar al 
monarca del trono de Persia como único rey. Así, los persas fueron los 
primeros en realizar un antiguo sueño: estAblecerse en gran escala a través 
de todo el Próximo Oriente como una poderosa comunidad administrada 
bajo la misma lengua -en este caso, el arameo- y bajo una sola ley. El 
imperio resultante, más de tres millones de kilómetros cuadrados, estaba 
poblado por unos 10 millones de habitantes. 

Los primeros que lograron esta asombrosa centralización del poder fueron 
los aqueménidas -importante familia persa-. Explotando sus excepcionales 
dotes de gobierno y dirección, dirigieron su recién unificado mundo hacia 
una era de mayor comercio y a un más alto nivel de vida, nunca 
experimentado antes por la humanidad. Durante unos 200 años, bajo la 
protección de los aqueménidas, tanto las mercancías, como la gente y las 
ideas, atravesaban las viejas fronteras con relativa facilidad y en este 
proceso fueron convirtiendo las grandes ciudades del Imperio, como 
Babilonia, en verdaderos centros cosmopolitas. 

La conquista fue la vanguardia de la expansión persa, aunque a pesar de su 
destreza militar, los aqueménidas no hubiesen podido mantener su vasto y 
heterogéneo dominio sólo por la fuerza. Gran parte de la fuerza que 
sostenía su espada procedía de un sistema de comunicaciones sometido a 
continua expansión y mejora, una adecuada estructura de gobierno y, por 
encima de todo, una sorprendente tolerancia hacia las leyes y tradiciones de 
los pueblos conquistados. Esta indulgencia representó un importantísimo 
factor, tanto social como fisiológicamente, para asegurar la lealtad y 
obediencia de los conquistados. También en religión los persas fueron 
tolerantes. En los primeros tiempos de su historia imperial desarrollaron una 
fe nacional basada en un panteón encabezado por el dios Ahuramazda, 
quien, según ellos, era el creador del cielo, de la tierra y del hombre. Sin 
embardo, los persas no intentaron imponer sus creencias en otras partes: al 
contrario, mantenían las creencias religiosas de los pueblos conquistados, 
con la teoría genial de que de ese modo estos pueblos les devolverían el 
favor con cierto grado de apoyo. 

La sagacidad política de los persas no tiene nada en común con su 
perfeccionamiento cultural. Sus ideales educativos fueron limitados: 
"Montar a caballo, tirar al arco y decir la verdad". La originalidad en las 
artes y las ciencias fue abandonada en gran parte a los demás; ellos 
quedaban complacidos con apropiarse de los mejores adornos de sus 
esclavos y reformarlos a su gusto. 

El orgullo constituyó un elemento esencial del carácter de la antigua Persia: 
orgullo en su rey, en su tierra, en la simplicidad esencial con la que 
consideraban sus propias vidas. Tradicionalmente, jamás un persa rezó para 
su propio bien; sólo por su rey y su pueblo. Tanto el orgullo como las 
plegarias sirvieron mientras Persia contó con dirigentes fuertes. Sin 
embargo, mucho antes de su colapso final, hacia el año 330 antes de 
nuestra era, el Imperio había empezado ya a mostrar algunos de los 
problemas que afectan a las superpotencias más modernas, entre los cuales 
pueden citarse las violentas luchas internas, la corrupción y una incontenida 
inflación. 

Los aqueménidas dejaron relativamente pocos datos escritos sobre sí 
mismos: algunas inscripciones en monumentos, así como ciertas tablillas 
escritas en elamita, arcaico lenguaje de la parte sudoccidental del Irán. Sin 
embargo, la información más importante se encuentra en las historias de 
los griegos, como es el caso de lo desarrollado por Herodoto sobre las 
Guerras Persas, o los capítulos de Tucídides, Jenofonte y Ctesias, autores 
que escribieron con cierta extensión sobre los persas. 
De hecho, la relación existente entre Grecia y sus colonias del Norte de 
África y Asia Menor con la historia de Persia es realmente muy íntima, ya 
que durante el período de ascendencia persa la marea de la civilización 
griega subía con mucha rapidez. Los comerciantes griegos eran los más 
directos rivales de los persas -hecho que condujo a las guerras entre Persia 
y los estados griegos, de las que resultó finalmente la derrota del Imperio. 

Los entendidos de todos esos registros históricos, deducen con cierta 
seguridad que los persas formaban parte de una tribu familiar conocida 
como iranios, los cuales eran miembros de un grupo todavía mayor 
designado con el nombre de arios, un variado conjunto de tribus nómadas 
cuya tierra original radicaba probablemente en las llanuras eurasiáticas de 
la parte sur de Rusia. Aproximadamente entre el año 2000 y el 1800 antes 
de nuestra era, los arios iniciaron su migración desplazándose algunos hacia 
el subcontinente indio, mientras otros orientaban sus pasos hacia el oeste a 
través del Irán y penetraban hasta la parte norte de Mesopotamia y Siria. 
Alrededor del año 1400 AC, un tercer grupo de arios -que incluiría a los 
persas- se trasladó hacia el interior del Irán procedente del noroeste y 
desplazándose gradualmente hacia el oeste. 

La meseta irania sobre la que se asentaron, y que Ciro ensalzó más tarde 
por las rigurosas condiciones de vida que imponía a sus habitantes, se halla 
dominada por un anillo de duras montañas, algunas de las cuales se alzan 
hasta más de 3.600 m, que rodean una depresión central de desiertos 
salinos -una de las regiones más secas y hostiles del globo-´. Solamente en 
los valles formados por los pliegues de las montañas o en las llanuras 
adyacentes de la meseta podían asentarse grupos importantes de gente. La 
tierra, extremadamente cálida en verano, y a veces brutalmente fría en 
invierno, apenas era adecuada para la ganadería. 

Las tribus iranias, en su caminar hacia el oeste se abrieron paso a través de 
la meseta, ladeando los montes Elburz que forman su borde norte, y a 
continuación se desviaron hacia el sureste a lo largo de los montes Zagros, 
que separan la meseta de las fértiles llanuras abundantemente pobladas de 
Mesopotamia. En su avance, los iranios desplazaron o conquistaron a otras 
tribus indígenas, como los Guti y Lullubi, que habitaban los Zagros hacía 
siglos. Los recién llegados pugnaron entre sí por conseguir los mejores 
territorios, y, permanecieron en ellos por un tiempo para acabar 
desplazándose y regresar de nuevo. Las principales tribus que componían 
estas masas de emigrantes incluían no sólo a los persas, sino también a los 
medos, quienes se convirtieron en sus vecinos en la meseta irania, a la vez 
que constituyeron una parte vital de su historia, primero como 
gobernadores de los persas y más tarde como sus principales vasallos. 

Al noreste de los Zagros, en las tierras que rodean el lago Van (Turquía) y 
el Urmia (Irán), se hallaba Urartu, un estado relativamente joven aunque 
vigoroso. Al sur de Urartu, y sobre los bordes occidentales de los montes 
Zagros, en lo que actualmente constituye el Irak, residía el imperio de los 
asirios. Más al sur todavía estaba Babilonia, cuya capital se había erigido en 
centro comercial de aquel mundo. Más 
abajo de Babilonia, al a cabeza del Golfo 
Pérsico se hallaba Elam, con su centro en 
Susa -una civilización de más de 2.000 
años de antigüedad, antes brillante, pero 
entonces decadente-. 

Hacia la segunda mitad del siglo VIII 
antes de nuestra era, los asirios, en aquel 
momento la fuerza dominante del 
Próximo Oriente, habían aniquilado la 
fuerte resistencia de Urartu, sometido a 
Babilonia, vencido a los pequeños reinos de Canaán y conquistado Egipto. 
Aproximadamente hacia el año 640 AC, el rey asirio Assurbanipal acabó 
violentamente con los restos del independiente Elam afirmando con cierta 
bravura que había "transformado la tierra en un lugar estéril", y volvió a 
Asiria no sólo con los cautivos y el ganado conquistados, sino también con 
los huesos de los reyes muertos del reino de Elam. 

Las antiguas tierras elamitas colonizadas por los persas quedaban 
aparentemente demasiado remotas y eran demasiado pobres -como los 
mismo persas- para atraer las furias de los asirios, aunque de todos modos 
las luchas entre asirios y medos se hicieron cada vez más frecuentes hasta 
llegar a aparecer en los anales asirios, cada vez con mayor frecuencia, 
referencias a los "distantes medos" y "los poderosos medos del este", que 
acabaron siendo considerados en general como oponentes dignos de 
respeto. Los asirios quedaron impresionados al hallar medos no sólo en los 
montes Zagros sino en todos los puntos de la meseta hasta los que habían 
llegado en su caminar hacia el este. Los medos luchaban a caballo, y de 
ellos aprendieron los asirios a servirse de la caballería. 

Por su parte, los medos aprendieron de los asirios los fundamentos de la 
organización política. Para defenderse a sí mismas, las tribus medas se 
unieron bajo el dominio de un único rey y formaron un solo estado, 
aproximadamente por el año 670 antes de nuestra era. Mientras tanto, el 
poder de los asirios desminuyó durante los últimos años del siglo VII antes 
de nuestra era, debido, en parte, al continuo estado de guerra, que acabó 
con sus reservas humanas. Libres de esta presión, los medas iniciaron la 
consstrucción de su propio imperio, imponiendo su mandato sobre los 
persas, entre otros pueblos.

Ecbatana, la actual Hamadán, era la capital, construida sobre la ruta 
principal que iba desde la Media Luna Fértil de las llanuras mesopotámicas 
hasta Asia central, a través de la meseta irania. Según Herodoto, el rey de 
los medos habitaba en un palacio separado de sus vasallos por siete 
paredes concéntricas. Solamente los miembros de la familia real podían 
verle. 

A medida que retrocedió la amenaza asiria, no fueron los medos los únicos 
que adquirieron mayor fuerza; una renaciente Babilonia se alió con ellos 
contra los asirios. En esta tarea los medos aparentemente llevaron el peso 
mayor de la lucha. Los ejércitos medo y babilonio atacaron Nínive, que 
después de tres batallas quedó "convertida en un montón de ruinas". El rey 
asirio y sus tropas escaparon pero fueron aniquilados el año 609 AC. 
A fin de lograr la unión entre los aliados victoriosos, una princesa meda se 
desposó con el rey babilónico Nabucodonosor. Este construyó para su 
esposa los famosos jardines colgantes, tal vez para mitigar la nostalgia de 
ella por las colinas medas. Mientras tanto ambos pueblos se repartían las 
conquistas. Nabucodonosor se quedó con la zona sur del imperio asirio, 
mientras que Ciaxares condujo a su pueblo hacia al oeste, a través de 
Urartu, para reclamar su parte del botín en la meseta de Anatolia. 

Allí los medos se enfrentaron a un enemigo mucho más poderoso que los 
asirios: los lidios, que habitaban en la zona occidental de Anatolia, a lo largo 
de la costa del Mar Egeo de la Turquía moderna. Resistiendo la invasión de 
Ciaxares, los lidios consiguieron detener a los conquistadores de Asiria en 
seis difíciles campañas hasta el momento en que, al parecer, los dioses 
intervinieron; ello acaeció durante una batalla que los astrónomos han 
podido fechar exactamente como el día 28 de mayo del año 585 AC, en el 
que "el día se convirtió bruscamente en noche". Herodoto, que registró el 
fenómeno -de hecho, un eclipse solar-, observó que este acontecimiento 
puso tan nerviosos a ambos contendientes que rápidamente hicieron la paz. 
Durante las tres décadas siguientes la zona experimentó un raro período de 
estabilidad, manteniéndose un equilibrio básico de poder entre los medos, 
Babilonia y Lidia. En retrospectiva, este pacífico intermedio puede 
considerarse como necesario antes del acto principal: el ascenso al poder de 
los persas. Dicha fuerza, en su desarrollo, acabaría por engullir a medos, 
lidios y babilonios y de rechazo incluso a los poderosos egipcios. 
Alrededor del año 575 AC la esposa de un rey persa denominado Cambises, 
vasallo de los medos, dio a luz un hijo que recibió el nombre de Kurush, o 
Ciro según la designación griega, el cual había de convertirse en Ciro II, 
aunque el mundo le conoce más como Ciro el Grande, arquitecto y fundador 
del Imperio persa. 

Según datos fidedignos de Herodoto, Ciro II llevaba sangre meda; el 
historiador afirma que su abuelo era el rey medo Astiages, quien había 
desposado a su hija Mandane con su vasallo persa Cambises, en lugar de 
on uno de sus propios y estimados medos. La razón que le impulsó a 
realizar esta boda de rango inferior para su hija se halla en un sueño del 
propio Astiages, según el cual Mandane había expresado una profunda 
aversión hacia él y su reinado. 

Conforme al relato de Herodoto, los dioses continuaron alarmando a 
Astiages con sueños semejantes, y por ello, cuando Mandane dio a luz a 
Ciro, el real abuelo decidió que el recién nacido fuera asesinado. 

Ciro II asumió el trono de Anshan en el año 559 AC y a continuación se 
convirtió en el rey de todos los persas, subyugando a la otra rama de los 
aqueménidas. Al mismo tiempo empezó pronto a dar señales de 
independencia de su soberano medo Astiages. El proceso, en su totalidad, 
no llevó más de diez años. 

Los persas adquirieron muchas cosas valiosas de los medos: sus dominios, 
su ejército bien organizado, así como gran parte de su concepto de reinado, 
que daba énfasis a los rituales y protocolos reales. También heredaron la 
vieja rivalidad de los medos con Lidia. 

En el año 540 AC, en su 19º año como rey de los Persas, Ciro lanzó su 
campaña contra Babilonia. Luego de su triunfo los persas adquirieron así 
mucho más que el principal centro comercial del mundo y las tierras 
agrícolas inmensamente productivas de la Mesopotamia. Entre estos 
dominios se encontraba Fenicia, cuya flota había de resultar la mejor 
conquista, ya que, con las naves y marinos de Fenicia a su disposición los 
persas se convirtieron en una gran potencia marítima. 

Esta consolidación del Imperio persa despertó en Ciro nuevas ambiciones y 
empezó los preparativos para nuevas conquistas. Al cabo de un año liberó a 
los israelitas cautivos en Babilonia, que habían sido llevados allí el año 589 
AC, les devolvió sus tesoros de oro y plata expoliados de su templo de 
Jerusalén y devolvió 40.000 de ellos a su hogar. Aunque este gesto 
magnánimo concordaba perfectamente con su política de justicia y libertad 
religiosa para sus vasallos, le aseguró también la gratitud y lealtad del 
pueblo cananeo, y Canaán controlaba la ruta terrestre que conducía a la 
última gran nación que todavía quedaba fuera del Imperio persa: el viejo y 
opulento Egipto. 

Sin embargo, Ciro nunca llegó a Egipto, ya que con la conquista de 
Babilonia, el área, población y poder del Imperio 
persa habían alcanzado unas proporciones tan gigantescas que el monarca debió dedicarse durante algún tiempo a estructurar su propio aparato de gobierno a fin de organizar los inmensos territorios bajo su dominio. Cuando finalmente podía haber tenido algún tiempo para planear la campaña egipcia, llegaron noticias sobre problemas en el este. Allí los nómadas dirigidos por la reina Tomiris estaban poniendo en peligro sus provincias fronterizas, por lo que Ciro ordenó tomar medidas y personalmente dirigió la expedición. 

Según costumbre, persiguió al enemigo en su propio territorio, en donde el año 530 AC las feroces tribus se unieron y dieron una batalla, que, según Herodoto, resultó "la más violenta de las habidas hasta entonces". En ella perecieron la mayoría de los persas, y también Ciro, cuyo cuerpo fue transportado luego a Pasargada y colocado en la tumba real que él mismo había diseñado. 

Tras la muerte de Ciro, el dilatado reino entró en un período caótico. Su hijo 
Cambises II heredó el trono y gobernó siguiendo la política de Ciro de 
mantener altos dignatarios babilónicos en sus oficinas, aunque 
contrariamente a su padre, se había distinguido en su trato con persas y 
extraños por un notable despotismo. No obstante, prosiguió con éxito los 
planes de su padre para la conquista de Egipto; en una rápida campaña 
militar de cerca de un año, derrotó al ejército egipcio. 
Pero poco tiempo después, llamado de nuevo a Persia a fin de enfrentarse a 
una crisis política -un usurpador había ocupado su trono-, Cambises 
falleció. y sobrevinieron años de luchas conflictivas por el trono persa que 
casi acabaron con el gran Imperio, hasta la llegada de Darío, uno de los 
oficiales de Cambises en Egipto y primo lejano suyo.
El carisma de Darío fue de la misma clase que el de Ciro. Durante la campaña egipcia dirigida por Cambises, Darío había actuado como comandante de un cuerpo escogido del ejército denominado de los Diez Mil Inmortales, puesto que cuando algunos hombres morían o quedaban imposibilitados eran sustituidos inmediatamente, de forma que el número de dicho cuerpo nunca bajaba de diez mil. Estas tropas siguieron  ciegamente a Darío durante el período de las rebeliones. 

Era un hombre relativamente modesto. Las cualidades de las que se vanagloriaba eran simples: "Soy amigo del bien y enemigo del mal. No tengo un temperamento agitado y cuando me enfado mantengo firmemente 
el control gracias a mi poder de concentración. Soy un buen luchador". 

La siguiente campaña emprendida por Darío se caracterizó también por 
motivos económicos de largo alcance, ya que implicaba la disminución del 
poder del estado griego como rival en el comercio mediterráneo. Según el 
estilo propio de Darío, se dedicó a planificar aquella conquista a escala 
monumental, reuniendo para ello centenares de ingenieros y constructores 
de barcos, así como un enorme ejército, estimado en 70.000. El objetivo 
radicaba en lograr la sumisión de los guerreros getai de Tracia y de los 
nómadas escintios que habitaban la zona comprendida entre los ríos 
Danubio y Don. Con esta empresa esperaba cortar el tráfico de suministro 
de grano y madera para la construcción de navíos que tenía su origen en el 
interior de los Balcanes y que era esencial para la prosperidad de la Grecia 
europea. 

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