LOS PERSAS
Historia
En menos de 70 años, desde el año 560 AC, los reyes aqueménidas de
Persia unificaron todas las naciones dispersas del antiguo Oriente en un solo
ente político. Esta zona de más de 4.000 km de amplitud (áreas
sombreadas) abarca los altos montes de Elburz y Zagros, el fértil valle
situado entre los ríos Tigris y Eufrates y las colinas ricas en metales de Asia
Menor.
La hegemonía aqueménida llegó a su cumbre después del año 55 AC, bajo
Darío I. El núcleo del Imperio fue formado por los primeros aqueménidas,
los cuales, desde una base situada en la región denominada Persia, se
extendieron hacia antiguos reinos tales como Media y Asiria. Ciro el Grande
creó su verdadera estructura imperial, y extendió su control hacia todas las
tierras entre Bactriana y Frigia. Su sucesor, Cambises II, absorbió Egipto, y
después Darío empujó el dominio persa hacia sus límites. Al culminar su
reinado se completo la Carretera Real, de 2.560 km de longitud, la cual
comunicaba el centro imperial de Susa con Sardes, en Lidia, así como el
canal que unía el Mediterráneo con el Mar Rojo. Herodoto, cronista griego,
menciona 28 regiones que figuran en la historia de Persia; 20 de ellas
fueron satrapías o estados sometidos. Se han identificado también 23
ciudades y sitios arqueológicos dentro del dominio aqueménida.
RESEÑA HISTÓRICA
A partir del año 559 antes de nuestra era, los persas necesitaron solamente
unos treinta años para salir de la oscuridad y crear el primer imperio del
mundo. Durante ese tiempo -menos de una generación- los restantes
pueblos, de Grecia a Etiopía, de Libia a la India, llegaron a considerar al
monarca del trono de Persia como único rey. Así, los persas fueron los
primeros en realizar un antiguo sueño: estAblecerse en gran escala a través
de todo el Próximo Oriente como una poderosa comunidad administrada
bajo la misma lengua -en este caso, el arameo- y bajo una sola ley. El
imperio resultante, más de tres millones de kilómetros cuadrados, estaba
poblado por unos 10 millones de habitantes.
Los primeros que lograron esta asombrosa centralización del poder fueron
los aqueménidas -importante familia persa-. Explotando sus excepcionales
dotes de gobierno y dirección, dirigieron su recién unificado mundo hacia
una era de mayor comercio y a un más alto nivel de vida, nunca
experimentado antes por la humanidad. Durante unos 200 años, bajo la
protección de los aqueménidas, tanto las mercancías, como la gente y las
ideas, atravesaban las viejas fronteras con relativa facilidad y en este
proceso fueron convirtiendo las grandes ciudades del Imperio, como
Babilonia, en verdaderos centros cosmopolitas.
La conquista fue la vanguardia de la expansión persa, aunque a pesar de su
destreza militar, los aqueménidas no hubiesen podido mantener su vasto y
heterogéneo dominio sólo por la fuerza. Gran parte de la fuerza que
sostenía su espada procedía de un sistema de comunicaciones sometido a
continua expansión y mejora, una adecuada estructura de gobierno y, por
encima de todo, una sorprendente tolerancia hacia las leyes y tradiciones de
los pueblos conquistados. Esta indulgencia representó un importantísimo
factor, tanto social como fisiológicamente, para asegurar la lealtad y
obediencia de los conquistados. También en religión los persas fueron
tolerantes. En los primeros tiempos de su historia imperial desarrollaron una
fe nacional basada en un panteón encabezado por el dios Ahuramazda,
quien, según ellos, era el creador del cielo, de la tierra y del hombre. Sin
embardo, los persas no intentaron imponer sus creencias en otras partes: al
contrario, mantenían las creencias religiosas de los pueblos conquistados,
con la teoría genial de que de ese modo estos pueblos les devolverían el
favor con cierto grado de apoyo.
La sagacidad política de los persas no tiene nada en común con su
perfeccionamiento cultural. Sus ideales educativos fueron limitados:
"Montar a caballo, tirar al arco y decir la verdad". La originalidad en las
artes y las ciencias fue abandonada en gran parte a los demás; ellos
quedaban complacidos con apropiarse de los mejores adornos de sus
esclavos y reformarlos a su gusto.
El orgullo constituyó un elemento esencial del carácter de la antigua Persia:
orgullo en su rey, en su tierra, en la simplicidad esencial con la que
consideraban sus propias vidas. Tradicionalmente, jamás un persa rezó para
su propio bien; sólo por su rey y su pueblo. Tanto el orgullo como las
plegarias sirvieron mientras Persia contó con dirigentes fuertes. Sin
embargo, mucho antes de su colapso final, hacia el año 330 antes de
nuestra era, el Imperio había empezado ya a mostrar algunos de los
problemas que afectan a las superpotencias más modernas, entre los cuales
pueden citarse las violentas luchas internas, la corrupción y una incontenida
inflación.
Los aqueménidas dejaron relativamente pocos datos escritos sobre sí
mismos: algunas inscripciones en monumentos, así como ciertas tablillas
escritas en elamita, arcaico lenguaje de la parte sudoccidental del Irán. Sin
embargo, la información más importante se encuentra en las historias de
los griegos, como es el caso de lo desarrollado por Herodoto sobre las
Guerras Persas, o los capítulos de Tucídides, Jenofonte y Ctesias, autores
que escribieron con cierta extensión sobre los persas.
De hecho, la relación existente entre Grecia y sus colonias del Norte de
África y Asia Menor con la historia de Persia es realmente muy íntima, ya
que durante el período de ascendencia persa la marea de la civilización
griega subía con mucha rapidez. Los comerciantes griegos eran los más
directos rivales de los persas -hecho que condujo a las guerras entre Persia
y los estados griegos, de las que resultó finalmente la derrota del Imperio.
Los entendidos de todos esos registros históricos, deducen con cierta
seguridad que los persas formaban parte de una tribu familiar conocida
como iranios, los cuales eran miembros de un grupo todavía mayor
designado con el nombre de arios, un variado conjunto de tribus nómadas
cuya tierra original radicaba probablemente en las llanuras eurasiáticas de
la parte sur de Rusia. Aproximadamente entre el año 2000 y el 1800 antes
de nuestra era, los arios iniciaron su migración desplazándose algunos hacia
el subcontinente indio, mientras otros orientaban sus pasos hacia el oeste a
través del Irán y penetraban hasta la parte norte de Mesopotamia y Siria.
Alrededor del año 1400 AC, un tercer grupo de arios -que incluiría a los
persas- se trasladó hacia el interior del Irán procedente del noroeste y
desplazándose gradualmente hacia el oeste.
La meseta irania sobre la que se asentaron, y que Ciro ensalzó más tarde
por las rigurosas condiciones de vida que imponía a sus habitantes, se halla
dominada por un anillo de duras montañas, algunas de las cuales se alzan
hasta más de 3.600 m, que rodean una depresión central de desiertos
salinos -una de las regiones más secas y hostiles del globo-´. Solamente en
los valles formados por los pliegues de las montañas o en las llanuras
adyacentes de la meseta podían asentarse grupos importantes de gente. La
tierra, extremadamente cálida en verano, y a veces brutalmente fría en
invierno, apenas era adecuada para la ganadería.
Las tribus iranias, en su caminar hacia el oeste se abrieron paso a través de
la meseta, ladeando los montes Elburz que forman su borde norte, y a
continuación se desviaron hacia el sureste a lo largo de los montes Zagros,
que separan la meseta de las fértiles llanuras abundantemente pobladas de
Mesopotamia. En su avance, los iranios desplazaron o conquistaron a otras
tribus indígenas, como los Guti y Lullubi, que habitaban los Zagros hacía
siglos. Los recién llegados pugnaron entre sí por conseguir los mejores
territorios, y, permanecieron en ellos por un tiempo para acabar
desplazándose y regresar de nuevo. Las principales tribus que componían
estas masas de emigrantes incluían no sólo a los persas, sino también a los
medos, quienes se convirtieron en sus vecinos en la meseta irania, a la vez
que constituyeron una parte vital de su historia, primero como
gobernadores de los persas y más tarde como sus principales vasallos.
Al noreste de los Zagros, en las tierras que rodean el lago Van (Turquía) y
el Urmia (Irán), se hallaba Urartu, un estado relativamente joven aunque
vigoroso. Al sur de Urartu, y sobre los bordes occidentales de los montes
Zagros, en lo que actualmente constituye el Irak, residía el imperio de los
asirios. Más al sur todavía estaba Babilonia, cuya capital se había erigido en
centro comercial de aquel mundo. Más
Pérsico se hallaba Elam, con su centro en
Susa -una civilización de más de 2.000
años de antigüedad, antes brillante, pero
entonces decadente-.
Hacia la segunda mitad del siglo VIII
antes de nuestra era, los asirios, en aquel
momento la fuerza dominante del
Próximo Oriente, habían aniquilado la
fuerte resistencia de Urartu, sometido a
Babilonia, vencido a los pequeños reinos de Canaán y conquistado Egipto.
Aproximadamente hacia el año 640 AC, el rey asirio Assurbanipal acabó
violentamente con los restos del independiente Elam afirmando con cierta
bravura que había "transformado la tierra en un lugar estéril", y volvió a
Asiria no sólo con los cautivos y el ganado conquistados, sino también con
los huesos de los reyes muertos del reino de Elam.
Las antiguas tierras elamitas colonizadas por los persas quedaban
aparentemente demasiado remotas y eran demasiado pobres -como los
mismo persas- para atraer las furias de los asirios, aunque de todos modos
las luchas entre asirios y medos se hicieron cada vez más frecuentes hasta
llegar a aparecer en los anales asirios, cada vez con mayor frecuencia,
referencias a los "distantes medos" y "los poderosos medos del este", que
acabaron siendo considerados en general como oponentes dignos de
respeto. Los asirios quedaron impresionados al hallar medos no sólo en los
montes Zagros sino en todos los puntos de la meseta hasta los que habían
llegado en su caminar hacia el este. Los medos luchaban a caballo, y de
ellos aprendieron los asirios a servirse de la caballería.
Por su parte, los medos aprendieron de los asirios los fundamentos de la
organización política. Para defenderse a sí mismas, las tribus medas se
unieron bajo el dominio de un único rey y formaron un solo estado,
aproximadamente por el año 670 antes de nuestra era. Mientras tanto, el
poder de los asirios desminuyó durante los últimos años del siglo VII antes
de nuestra era, debido, en parte, al continuo estado de guerra, que acabó
con sus reservas humanas. Libres de esta presión, los medas iniciaron la
consstrucción de su propio imperio, imponiendo su mandato sobre los
persas, entre otros pueblos.
Ecbatana, la actual Hamadán, era la capital, construida sobre la ruta
principal que iba desde la Media Luna Fértil de las llanuras mesopotámicas
hasta Asia central, a través de la meseta irania. Según Herodoto, el rey de
los medos habitaba en un palacio separado de sus vasallos por siete
paredes concéntricas. Solamente los miembros de la familia real podían
verle.
A medida que retrocedió la amenaza asiria, no fueron los medos los únicos
que adquirieron mayor fuerza; una renaciente Babilonia se alió con ellos
contra los asirios. En esta tarea los medos aparentemente llevaron el peso
mayor de la lucha. Los ejércitos medo y babilonio atacaron Nínive, que
después de tres batallas quedó "convertida en un montón de ruinas". El rey
asirio y sus tropas escaparon pero fueron aniquilados el año 609 AC.
A fin de lograr la unión entre los aliados victoriosos, una princesa meda se
desposó con el rey babilónico Nabucodonosor. Este construyó para su
esposa los famosos jardines colgantes, tal vez para mitigar la nostalgia de
ella por las colinas medas. Mientras tanto ambos pueblos se repartían las
conquistas. Nabucodonosor se quedó con la zona sur del imperio asirio,
mientras que Ciaxares condujo a su pueblo hacia al oeste, a través de
Urartu, para reclamar su parte del botín en la meseta de Anatolia.
Allí los medos se enfrentaron a un enemigo mucho más poderoso que los
asirios: los lidios, que habitaban en la zona occidental de Anatolia, a lo largo
de la costa del Mar Egeo de la Turquía moderna. Resistiendo la invasión de
Ciaxares, los lidios consiguieron detener a los conquistadores de Asiria en
seis difíciles campañas hasta el momento en que, al parecer, los dioses
intervinieron; ello acaeció durante una batalla que los astrónomos han
podido fechar exactamente como el día 28 de mayo del año 585 AC, en el
que "el día se convirtió bruscamente en noche". Herodoto, que registró el
fenómeno -de hecho, un eclipse solar-, observó que este acontecimiento
puso tan nerviosos a ambos contendientes que rápidamente hicieron la paz.
Durante las tres décadas siguientes la zona experimentó un raro período de
estabilidad, manteniéndose un equilibrio básico de poder entre los medos,
Babilonia y Lidia. En retrospectiva, este pacífico intermedio puede
considerarse como necesario antes del acto principal: el ascenso al poder de
los persas. Dicha fuerza, en su desarrollo, acabaría por engullir a medos,
lidios y babilonios y de rechazo incluso a los poderosos egipcios.
Alrededor del año 575 AC la esposa de un rey persa denominado Cambises,
vasallo de los medos, dio a luz un hijo que recibió el nombre de Kurush, o
Ciro según la designación griega, el cual había de convertirse en Ciro II,
aunque el mundo le conoce más como Ciro el Grande, arquitecto y fundador
del Imperio persa.
Según datos fidedignos de Herodoto, Ciro II llevaba sangre meda; el
historiador afirma que su abuelo era el rey medo Astiages, quien había
desposado a su hija Mandane con su vasallo persa Cambises, en lugar de
on uno de sus propios y estimados medos. La razón que le impulsó a
realizar esta boda de rango inferior para su hija se halla en un sueño del
propio Astiages, según el cual Mandane había expresado una profunda
aversión hacia él y su reinado.
Conforme al relato de Herodoto, los dioses continuaron alarmando a
Astiages con sueños semejantes, y por ello, cuando Mandane dio a luz a
Ciro, el real abuelo decidió que el recién nacido fuera asesinado.
Ciro II asumió el trono de Anshan en el año 559 AC y a continuación se
convirtió en el rey de todos los persas, subyugando a la otra rama de los
aqueménidas. Al mismo tiempo empezó pronto a dar señales de
independencia de su soberano medo Astiages. El proceso, en su totalidad,
no llevó más de diez años.
Los persas adquirieron muchas cosas valiosas de los medos: sus dominios,
su ejército bien organizado, así como gran parte de su concepto de reinado,
que daba énfasis a los rituales y protocolos reales. También heredaron la
vieja rivalidad de los medos con Lidia.
En el año 540 AC, en su 19º año como rey de los Persas, Ciro lanzó su
campaña contra Babilonia. Luego de su triunfo los persas adquirieron así
mucho más que el principal centro comercial del mundo y las tierras
agrícolas inmensamente productivas de la Mesopotamia. Entre estos
dominios se encontraba Fenicia, cuya flota había de resultar la mejor
conquista, ya que, con las naves y marinos de Fenicia a su disposición los
persas se convirtieron en una gran potencia marítima.
Esta consolidación del Imperio persa despertó en Ciro nuevas ambiciones y
empezó los preparativos para nuevas conquistas. Al cabo de un año liberó a
los israelitas cautivos en Babilonia, que habían sido llevados allí el año 589
AC, les devolvió sus tesoros de oro y plata expoliados de su templo de
Jerusalén y devolvió 40.000 de ellos a su hogar. Aunque este gesto
magnánimo concordaba perfectamente con su política de justicia y libertad
religiosa para sus vasallos, le aseguró también la gratitud y lealtad del
pueblo cananeo, y Canaán controlaba la ruta terrestre que conducía a la
última gran nación que todavía quedaba fuera del Imperio persa: el viejo y
opulento Egipto.
Sin embargo, Ciro nunca llegó a Egipto, ya que con la conquista de
Babilonia, el área, población y poder del Imperio
persa habían alcanzado unas proporciones tan gigantescas que el monarca debió dedicarse durante algún tiempo a estructurar su propio aparato de gobierno a fin de organizar los inmensos territorios bajo su dominio. Cuando finalmente podía haber tenido algún tiempo para planear la campaña egipcia, llegaron noticias sobre problemas en el este. Allí los nómadas dirigidos por la reina Tomiris estaban poniendo en peligro sus provincias fronterizas, por lo que Ciro ordenó tomar medidas y personalmente dirigió la expedición.
Según costumbre, persiguió al enemigo en su propio territorio, en donde el año 530 AC las feroces tribus se unieron y dieron una batalla, que, según Herodoto, resultó "la más violenta de las habidas hasta entonces". En ella perecieron la mayoría de los persas, y también Ciro, cuyo cuerpo fue transportado luego a Pasargada y colocado en la tumba real que él mismo había diseñado.
Tras la muerte de Ciro, el dilatado reino entró en un período caótico. Su hijo
Cambises II heredó el trono y gobernó siguiendo la política de Ciro de
mantener altos dignatarios babilónicos en sus oficinas, aunque
contrariamente a su padre, se había distinguido en su trato con persas y
extraños por un notable despotismo. No obstante, prosiguió con éxito los
planes de su padre para la conquista de Egipto; en una rápida campaña
militar de cerca de un año, derrotó al ejército egipcio.
Pero poco tiempo después, llamado de nuevo a Persia a fin de enfrentarse a
una crisis política -un usurpador había ocupado su trono-, Cambises
falleció. y sobrevinieron años de luchas conflictivas por el trono persa que
casi acabaron con el gran Imperio, hasta la llegada de Darío, uno de los
El carisma de Darío fue de la misma clase que el de Ciro. Durante la campaña egipcia dirigida por Cambises, Darío había actuado como comandante de un cuerpo escogido del ejército denominado de los Diez Mil Inmortales, puesto que cuando algunos hombres morían o quedaban imposibilitados eran sustituidos inmediatamente, de forma que el número de dicho cuerpo nunca bajaba de diez mil. Estas tropas siguieron ciegamente a Darío durante el período de las rebeliones.
Era un hombre relativamente modesto. Las cualidades de las que se vanagloriaba eran simples: "Soy amigo del bien y enemigo del mal. No tengo un temperamento agitado y cuando me enfado mantengo firmemente
el control gracias a mi poder de concentración. Soy un buen luchador".
La siguiente campaña emprendida por Darío se caracterizó también por
motivos económicos de largo alcance, ya que implicaba la disminución del
poder del estado griego como rival en el comercio mediterráneo. Según el
estilo propio de Darío, se dedicó a planificar aquella conquista a escala
monumental, reuniendo para ello centenares de ingenieros y constructores
de barcos, así como un enorme ejército, estimado en 70.000. El objetivo
radicaba en lograr la sumisión de los guerreros getai de Tracia y de los
nómadas escintios que habitaban la zona comprendida entre los ríos
Danubio y Don. Con esta empresa esperaba cortar el tráfico de suministro
de grano y madera para la construcción de navíos que tenía su origen en el
interior de los Balcanes y que era esencial para la prosperidad de la Grecia
europea.
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